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En defensa de las distopías juveniles

  • Foto del escritor: Literatura UCSG
    Literatura UCSG
  • 31 ago 2020
  • 5 Min. de lectura

Actualizado: 23 sept 2020

La estudiante Camila Solórzano cuestiona la jerarquía de los géneros literarios y aboga por el valor literario de las obras juveniles de distopía.


No puedo leer. Con 75 días de encierro, privilegiado encierro, me cuesta mucho concentrarme. En los primeros días, cuando todos pensamos que no iban a ser más de 2 semanas de confinamiento, podía soñarse con una gran oportunidad para completar lecturas atrasadas (¡Cecilia Vera dice que no se puede estudiar literatura sin conocer a Bolaño!), pero no se dieron esas lecturas. Siguen sin darse porque no puedo leer, o creo que lo más real sería decir que no puedo leer algo que no sean crónicas (a ritmo normal) o distopías (a ritmo voraz. Me sorprende).


Lo descubrí hace 2 semanas. Luego de más de un mes de no completar ni un libro (pero de comenzar cien) pude terminar el tesoro de mi adolescencia: la primera entrega de Los juegos del hambre de Suzanne Collins. A los 13 años me tardé un día en terminarlo; nada de especial en eso, se leen muy fácil y la tensión es adictiva. Esta vez me tardé 4 días. Lo dejaba, me rendía y volvía, hasta que lo completé.



Lo considero un éxito, un éxito que me daba vergüenza. Me puse a pensar que no servía de nada haber leído La Ilíada, haber admirado la valentía de Sigfrido, haber conocido al dadá, haber ido a Comala a buscar a un tal… , no servía de nada porque estaba leyendo literatura light, una obra escrita para jóvenes adultos y yo, como adulto no tan joven (¿?) no podía disfrutar de Los juegos del hambre.


Esa conclusión que alimentaba mi vergüenza devino en algunas preguntas: ¿Por qué no podía disfrutar de lo único que mi cerebro quería procesar en un periodo de estrés, soledad y de lejanía con quienes amo? ¿De dónde venía el estigma literario de las obras juveniles? ¿Es que a los 13 años me pudo gustar una cosa que a los 18 ya incomoda que me guste?


En defensa de las distopías juveniles


En la antología Mañana Todavía editada por Ricard Ruiz Garzón (2014) está el cuento “2084. Después de la revolución” de Elia Barceló, este relato es el más cercano al paradigma de novela distópica juvenil, en él se sigue a Laila que es llevada en contra de su voluntad a una casa de reproducción, a un criadero de niños.


La historia se desarrolla en una España dedicada al turismo y al comercio de hijos ‘naturales’ de la clase más alta del mundo que se contrastan a los hijos genéticamente alterados de las clases más bajas. Como buena distopía, el descuido ecológico juega un rol importante al presentar, combinado con un fuerte control natal por parte del Estado, que las parejas no pueden engendrar hijos de forma fácil, hecho que permite la demanda del servicio que otorgan las ‘casas’ como a la que llevan a Laila.


Aunque no sean obras rebosantes de lenguaje poético o de narración innovadora, su riqueza está en los tópicos que trata el género juvenil y que posteriormente marcarán la memoria de esa espectadora puberta (o no espectadora o no puberta). En "2084..." se encuentran puntos esenciales para la vertiente distópica del género literario dirigido al adulto joven: la disconformidad con un sistema socioeconómico obsoleto, el miedo al futuro y la importancia de la amistad, entre otros.


Sí, la comparación no se la da de la forma más sutil, pero el nuevo sistema fallido que presenta Barceló representa una crítica a la realidad desigual que vivimos actualmente. Laila le explica a Sole, su compañera de cuarto en la casa/ criadero que:

“… fueron personas y los han convertido en basura, porque no supieron reaccionar a tiempo cuando veían cómo la sociedad del bienestar que habían creado se iba destruyendo; cómo los políticos corruptos y los banqueros acaparadores iban quedándose con todo…”

Esta consciencia de la diferencia de clases es un punto importante del cuento, pues Laila busca desarrollar la consciencia de Sole sobre los más desgraciados por el sistema en el que viven. Una interpretación podría señalar que el lector es el otro en quien Laila busca transmitir su causa. Esto le da un valor pedagógico a la obra, un valor de formación para quien lee.


Como el cuento es una distopía, se presenta a un futuro desalentador. La tierra ya no produce alimentos fácilmente, el Estado está siempre vigilando a sus habitantes y tomando decisiones por ellos de forma autoritaria, la maternidad es forzada. La distopía no muestra nada nuevo para la humanidad, solo decide maximizarlo para despertar al extrañamiento del lector con su entorno. Ese futuro pesimista refleja la expectativa que tiene el receptor en su porvenir, pues si se siente aludido por lo que representa la historia, hay algo que le habla sobre su realidad.


En este caso, "2084..." se transforma en esa especie de herramienta de conscientización y de desarrollo del pensamiento crítico del lector.

Para recalcar otro punto positivo y que representa valor en la narración, 2084 retrata una amistad. Laila y Sole son muy diferentes, sin embargo, convertirse en máquinas de reproducción y pasar por las mismas experiencias en el criadero las enlaza en una amistad importante para el arco narrativo.


En su artículo “La didáctica de la literatura en la era de la medialización”, Isabella Leibrandt (2007) resalta que:

“Ir creciendo a través de la literatura significa también una mejor comprensión de nuestra sociedad, cultura y el funcionamiento de nosotros mismos dentro de ellas”

Frase con la que se comunica la importancia de la literatura en la inserción de las personas en la sociedad. La amistad y el trabajo en equipo significan aspectos esenciales para alcanzar una comunidad y eso es lo que refleja la relación entre Laila y Sole.


No estoy diciendo que la literatura juvenil debe entrar al canon de obras maestras de la producción literaria y estar al lado de Cervantes, pero es necesario analizar cómo este tipo de producciones carga con un escrutinio que el resto de géneros comerciales (por denominarlos de cierta forma) no tienen. En el caso de la novela policial, su trama es repetitiva, el género se ha degradado hasta ser difícilmente ser innovadora y sus libros se venden (llamen a la policía elitista) en supermercados y aeropuertos. Sin embargo, solo por mi experiencia puedo concluir que incomodaría menos que me hubiese leído El código Da Vinci que la verdad de haber leído Los juegos del hambre.


He completado mi oda a la literatura distópica juvenil con puntos que me repito a mí misma para alcanzar la calma y convencerme de que el mundo no se va a acabar si me leo En llamas (o tal vez sí acabe, pero no por eso).


Referencias


Barceló, E. (2014) “2084. Después de la revolución” en Mañana todavía. Fantascy.


Leibrandt, I. (2007) La didáctica de la literatura en la era de la medialización. Espéculo. Revista de estudios literarios. Universidad Complutense de Madrid



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